Estás loco porque los doctores así lo dicen. Quieren estudiarte, analizarte, sacar tus entrañas, observarlas, fotografiarlas y de nuevo insertarlas, si no de la misma manera, parecida… lo importante es que no se vean, al menos que tu no lo notes.
Te meten a un centro, de locos, por supuesto. Allí podrás hacer vida con los de tu especie. Personas sencillas, llanas y transparentes incapaces de esconder nada importante, ni una mínima sensación de incomodidad.
Quieres escapar, y puedes hacerlo, pero no de la forma que a ti te gustaría. No por la puerta de atrás. Te gustaría gritar, comer, bailar, cantar, beber, sentir, anunciar a los cuatro vientos que la vida no es justa, y muchas personas tampoco.
Que tú no corroboras con papel, pero piensas con palabras. Que no es la forma correcta de tratar a un paciente, a un pedazo de materia en decadencia, a un ser humano. Un producto fallido, ocasional y sin porvenir que no tiene más objetivo que el de dejarse manipular por una panda de corroborados y desconocidos batas blancas…
Estudias la situación, miras de reojo tus armas y preparadas un buen cargamento de astucia y diferencia. Te van a escuchar. Vaya si lo harán.
Exprimes tus armas, las muestras al mundo, sorprendes, cautivas y consecuentemente te castigan. No das tu brazo a torcer, sigues dando guerra, lo tuyo es luchar, sean dos, tres, blancos o verdes, tus ideas no son importantes, sino el trasfondo de las mismas.
Has luchado para llegar allí, no duermes, no vives, no sueñas, simplemente sufres, te sientes solo, indiferente, castigado e impotente. Es un precio. Módico, desorbitado, calculado y necesario. Eres diferente.