viernes, 27 de noviembre de 2009

Crónicas de Dourmes

¿Por qué todo debía ocurrirle a ella? ¿y por qué todo malo? No hacía más de dos días que se había mudado allí, un poblado perdido… olvidado… una idea estúpida, otra más, otra de su padre… siempre tenía ideas estúpidas pero esta superaba todas.


Vivía tranquila en su ciudad, se sentía cómoda con su gente, eran sus amigas, eran sus lugares, era su mundo. Vale que había decidido pasar de las clases, pero le gustaba su vida. Si esto era un castigo, si de verdad lo fuera…. esta vez se estaban pasando.


Aquello no era una vida, ni siquiera era una ciudad. Un maldito e inaccesible poblado de no más de quince habitantes, perdido entre una maraña de montes y riachuelos camino de ninguna parte. Quince horas de trayecto en coche para llegar a aquel lugar, de saberlo hubiera saltado por la ventanilla, en marcha si era necesario.


Todavía no había contado sus casuchas, quizá por vergüenza… ¿qué más daba? Estaba segura de que no habían más de nueve, puede que diez. De lo que sí estaba segura era de que todas podían incluirse en alguno de estos tres considerados grupos: las destartaladas, las olvidadas, y las muertas. Todas ellas aderezadas por unas callejuelas sucias y malolientes.



El murmullo continuo de sus gentes formaba parte de la acústica de aquel lugar, y no había más. ¿Por qué diantre no se escuchaba un sonido en aquel lugar? Ni una voz por encima de otra, ni un portazo, ni un jodido teléfono… La única llamada que escuchaba era la que incitaba al suicidio. No sabía como era la muerte, pero no podía ser peor que aquel infierno.


Un infierno gris, un poblado impregnado de olvido, un esbozo destinado a desaparecer en la más oscura y mísera de las cloacas… un lugar inhóspito y mugriento con la única compañía de una camada de ancianos degradados, que apuraban sus últimos años de vida alimentando bestias a las que nunca sacarían partido y hierbajos que nunca crecerían. Ratas…


Daba lo mismo lo que dijera el reloj, aquel frío no era de este mundo, tampoco su humedad. Suelos, techos, paredes… todo quedaba impregnado por una acuosa y asquerosa sustancia viscosa. Podías sentir tus huesos empapados durante el día y la noche.


Dos riachuelos bañaban el poblado, y los dos sabían a tierra y a heces de ganado. El primero de ellos marcaba el límite del poblado por el norte, donde daba comienzo un inmenso y tupido bosque de olmos y algunos robles. El segundo empapaba la entrada al poblado, la zona sur, donde quedaba el desvencijado cartel de madera que podrido por la humedad del lugar anunciaba el nombre de este infierno… “Dourmes”.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Descanso camionetero

Yo solía ser de los cuates que agarraban un lugar junto a la ventanilla de la camioneta y se dormían todo el camino. Estaba perfectamente sincronizado, siempre me despertaba una cuadra antes de mi casa. Pero ahora la cosa está difícil. Cuando vos subís a una camioneta el promedio de vendedores que se suben a gritar es de tres o cuatro, dependiendo de la ruta y de lo largo del trayecto.

Aparte de los vendedores también se suben supuestos mareros y drogadictos rehabilitados casi amenazando si no das pisto, mujeres con bebés a cuestas (a veces
prestados), niños que gritan coros evangélicos. Tené por seguro que siempre habrá alguien que te despierte. Si no es un vendedor, es una señora embarazada casi a punto de explotar la que no deja dormir.

Te hacés el dormido un rato, con la esperanza de que alguien más le dé lugar, pero luego abrís un ojo y mirás que la mujer no se ha sentado, y entonces no te queda otra que darle tu asiento, porque tenés esa manía de querer ser buena gente para que los demás no te miren mal. Aunque para tus adentros maldigás a la preñada. Los ancianos de bastón, los ciegos y las señoras con niños pequeños, suelen causar el mismo efecto.


En ocasiones es el ruido del motor de la camioneta lo que truena como cuetes de navidad. Cuando está caminando es un ruidajal y cuando está parada (la camioneta) es una vibración que hace sonar las ventanas y que te pique la nariz. Por supuesto que está el infaltable brocha (o asistente administrativo del chofer) que regaña a los pasajeros, grita que atrás está vacío y dice que son tres las filas.

Pero si tuviste suerte de que nada de esto te perturbe, delante de vos estará una señora que está chismeando a gritos por celular. Que si a la fulanita la dejó el marido porque le descubrió su amante, que si el nene es el primero en su clase (el número de niños superdotados es casi infinito en estos tiempos), que si la zutanita es una creída porque ya no le habla después de que la ascendieron a jefa, que si el otro menganito está tan bueno que con él si le quema la canilla a su marido.
Ya nada es como antes.

Ya no se puede dormir como la gente en las camionetas porque cada vez la gente se empecina más y más en que vos no descansés. Todo esto es producto, supongo yo, de la envidia que generaba el vernos a nosotros, los bellos durmientes, dormir plácidamente todo el camino. Es una injusticia más del sistema, ese sistema que por más que lo destruyan y lo vuelvan a hacer no se va a componer.

Quiero desde aquí, desde este humilde rincón internético dedicado a las causas más sublimes y justas, hacer un llamado a la reflexión a la sociedad, para que nos devuelvan a nosotros, los dormilones, esas horas imprescindibles de descanso camionetero.


Por José Joaquín López

lunes, 16 de noviembre de 2009

Los domingos por la noche

¡Los domingos por la noche! No se pone la mesa ni se hace una auténtica cena. Cada cual va desfilando por la cocina para picar al azar un tentempié que aún viste galas de domingo. Los amigos se han ido a eso de las seis. Queda un largo margen. Nos preparamos un baño. Un auténtico baño de domingo por la noche, con mucha espuma azul, mucho tiempo para quedarse allí flotando entre dos atisbos algodonosos, brumosos.

El espejo del cuarto de baño se empaña, y se reblandecen los pensamientos. Eso sí, olvidarse de la semana que concluye, y más aún de la que va a empezar. Caer en la fascinación de esas diminutas ondas que se forman en las puntas de los dedos arrugados por el agua caliente. Y cuando se vacía la bañera, extraerse de allí. ¿Coger un libro? Sí, más tarde. De momento un programa de televisión para ir tirando. El más estúpido nos irá de perlas. ¡Ah, mirar por mirar, sin causa, sin deseo, sin pretexto alguno! Algo parecido al agua de baño: un embotamiento que amodorra y nos llena de un bienestar palpable. Esa sensación de que ya nos sentiremos a gusto hasta la noche, como un estar en zapatillas mental. Entonces es cuando asoma el punto de melancolía.


Poco a poco el televisor se nos hace insoportable y lo apagamos. Nos trasplantamos fuera de allí, a veces hasta la infancia, nos invaden vagos recuerdos de paseos a pasos medidos, sobre un fondo de inquietudes escolares y amores quiméricos. Nos sentimos inundados. Es tan intensa como una lluvia de verano esa pequeña nostalgia que se insinúa, ese medio estar que vuelve, familiar - son los domingos por la noche. Todos los domingos por la noche están ahí, en esa falsa burbuja donde todo flota en lo vago. En el agua de baño emergen las fotos.

Hace unos días en una charla familiar salió el tema: ¿qué día de la semana te gusta más?. El domingo fue el día más castigado de todos... en cambio a mi me encanta. En mi opinión, nadie define mejor un domingo que Philippe Delerm. Una auténtica delicia.

Esta semana han sido varias las blogeras que me han dicho que esta semana se estrenaba "Twilight II". Reconozco que la primera película, en mi opinión, no pasó de "normalita", aunque las personas que leyeron las novelas dicen que estuvo bastante bien. Otro cantar (nunca mejor dicho) es su banda sonora... me parece magnífica. El diseño de esta semana va dirigido en especial para este grupito de fans de la saga.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ya no puedo pero… ¡Aún puedo!

Hace unas semanas estaba cenando acompañado del telediario de TVE: crisis, Pakistán, violencia de género, caso Marta, Cristiano Ronaldo, vuelta a la crisis económica, intercambio de descalificativos entre políticos, multas a la prostitución, más crisis económica…


Un telediario cualquiera si no fuera porque entre ellos se coló un chico de Alcorcón, Raúl. Un chico con ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica).


Al parecer este chico tenía un blog y dedicaba parte de su tiempo a contar sus experiencias en el. A los pocos minutos pusieron un reportaje sobre su persona y sobre su día a día.



Fue tal la impresión, la curiosidad y la expectación que despertó en mi el reportaje que decidí ponerme en contacto con el para interesarme sobre su estado, para agradecerle los esfuerzos que está realizando y para darle todo mi apoyo y cariño. Finalmente fue más de un mensaje.


Su respuesta fue: "Hola Pascual, gracias por tus palabras y bueno encantado de que incluyas mi blog en el tuyo. Me he dado una vuelta y me encantará conocerlo. Yo también suelo estar hasta altas horas de la noche. Un abrazo. Raúl"


La entrada de esta semana va dedicada a Raúl. Con ella me gustaría que conocierais a personas como el. Personas que dedican gran parte de su tiempo a luchar. Luchar contra uno mismo y a luchar contra todo lo que le parece injusto en esta vida.


Una persona con una energía contagiosa, una simpatía agraciada y un corazón enorme.


Desde aquí os invito a visitar su blog. Nadie como el os relatará su historia, y la de muchos.


Un fuerte abrazo Raúl.