La crítica decía algo así como que era un libro sobre los pequeños detalles de la vida, esos detalles que ni nos fijamos pero que pueden hacer que una cena, una relación de pareja o un paseo sea uno más en nuestras aburridas vidas o sea algo "especial".
Esa misma semana pasé por Fnac. Era un libro muy pequeñajo, apenas cien páginas, de pastas suaves, muy suaves, y un precio que provocaba risa y temor a la vez: 5,95 €
Unas 40 experiencias de una o dos páginas cada una, uno de esos libros que lees cuando, donde y como quieras. Experiencias contadas al detalle, casi puedes saborear sus palabras.
Lo leí de una sentada (agotador... jejeje) y ahora es uno de mis favoritos. Dejo un trocito de un capítulo que me gusta mucho...
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El Cine
El cine no acaba de ser una salida. Apenas estamos con los demás. Lo que importa es esa especie de flotamiento algodonoso que sentimos al entrar en la sala. No ha empezado la película; una luz de acuario tamiza las conversaciones a media voz. Caminando por la moqueta, nos dirigimos con falso aplomo hacia una fila de butacas vacía. No puede decirse que nos sentemos, ni siquiera que nos arrellanemos en el asiento. Es preciso domesticar ese volumen abombado, entre compacto y mullido. Poco a poco nos enroscamos imprimiendo a nuestro cuerpo pequeñas y deliciosas convulsiones.
[...]
Cuando aparece la palabra fin, permanecemos postrados, como con disnea. Luego se enciene la insoportable luz. Entonces hay que desplegar el cuermo entumecido, y sacudirse hacia la salida en plan sonámbulo. Sobre todo no dejar caer de inmediato las palabras que destrozarán, juzgarán, puntualizarán. En la vertiginosa moqueta, aguardar pacientemente a que el gigantón del periódico pase delante. Cual patosos cosmonautas, conservar durante unos segundos ese extraño torpor.
Lo dicho, una delicia.